Sin conocerse a sí mismo es imposible hacer las cosas bien. Equivocarse es humano, forma parte de la condición más elemental del ser humano: la imperfección. Conociéndonos mejor, tal vez evitemos que ciertos errores vuelvan a repetirse. La advertencia viene de lejos. Nada menos que del oráculo de Delfos, en el templo de Apolo. Esta enigmática frase ha sido utilizada con mucha frecuencia en el cine. La imagen que mejor recordamos seguramente es la de Neo, en el momento de consultar el oráculo en la película Matrix.
Saber reaccionar ante la persona con la que interactuamos es básico para no sufrir en vano. Por ejemplo, si tú eres una persona calmada, apaciguada, tranquila, tímida, reflexiva, y te viene un cliente que habla a gritos, nervioso, agresivo, autoritario, más vale que te plantees en serio si aceptas su caso. Ante tu primer cliente, tu primera demanda, tu primer informe, tu primer juicio, confía en ti. Esto no significa que actúes confiado. Una excesiva confianza tiende trampas invisibles. No improvises. Piensa, relee, medita, reflexiona, calcula. La mejor improvisación es la que se lleva bien preparada. Piensa en cómo te gustaría que fuese tu comienzo profesional, y hacia qué rumbo quisieras ir. Abogados hay miles. Clientes, también. Pregúntate qué clase de Abogado quieres ser. Y, aún más importante, qué clase de Abogado no quieres ser.
A lo largo de tu carrera profesional te encontrarás con casos difíciles, incómodos, desagradables, dramáticos. Con un buen conocimiento del Derecho y una justa dosis de inteligencia emocional, sabrás resolverlos de modo satisfactorio.
Sin embargo, hay casos que vienen de la mano de clientes cuyo trato es difícil, y la gestión aún más. Otras veces, los casos vienen de la mano de clientes cuyo Abogado nos dificulta la labor. Insultos, trato humillante, palabras soeces, vulgaridad, provocaciones: términos que no deberían estar nunca presentes en la actuación entre compañeros. Los Abogados somos rivales en la pugna jurídica, y para combatir en esa pugna el Derecho nos da armas procesales. Entre ellas no están ni la vulgaridad ni la falta de respeto.
Trabajar con ilusión es clave para ejercer la Abogacía. Asumir cada caso con ganas y con ambición ayuda a alimentar el espíritu de lucha necesario para enfrentarse al combate. Cierto es que conviene tener bien claro que trabajar con ganas y con ambición no garantiza la victoria.
La ilusión, entendida como confianza en sí mismo, es un ingrediente fundamental. Y es un ingrediente de cosecha propia; si no lo encuentras en ti no te lo dará otra persona. Por ello es tan importante aplicarse el mandamiento del “conócete a ti mismo”. Si te desmoronas con facilidad, poca fuerza podrás transmitir a tu cliente. Cómo vas a pedir a alguien que confíe en ti, si tú mismo no lo haces.
Enfado, ira, rabia, soberbia, frustración… pertenecen al ámbito de lo invisible, al mundo de las sensaciones. Es deber del Abogado saber gestionarlas: las propias, y las ajenas. Porque de su buena o mala gestión dependerá parte del éxito o del fracaso.
El Abogado conoce las leyes. El buen Abogado combina el conocimiento de las leyes con una eficaz gestión de las emociones. La primera gestión pasa por preguntarse qué siente el cliente al otro lado. Y aunque no debemos permitir que sus pasiones traspasen la toga, un Abogado ha de saber qué siente el cliente y cuál es su perspectiva.
Humani nihil a me alienum est, dijo Terencio hace dos mil años.
“Todo lo que afecta al ser humano me importa”. A un Abogado, todo cuanto afecta al cliente le debe importar. Y así debe hacérselo ver desde el momento en que el cliente entra por la puerta.
Elena Regulez
Abogado especialista en Derecho de Familia y Derecho Penal
18/08/2022