Lo que importa es que, como Abogado, hablemos y escribamos con claridad. Por el bien de todos, pero especialmente por nuestro bien, que es finalmente sobre quien recaerá el beneficio de hablar claro y breve ante el Juez.
Hablar bien y escribir claro son dos patas que ayudan a equilibrar la mesa de la justicia. Hablar y escribir bien no es lo mismo que hablar o escribir mal, aunque a veces lo segundo resulte más cómodo. De nuestra pericia dependerá, en gran parte, la condena o absolución para nuestro cliente. No permitamos que una coma o un párrafo demasiado largo dificulten la comprensión de un texto. Tendremos razón, o no, en la exposición de nuestros argumentos. Pero lo que es seguro es que el Juez nos agradecerá que seamos breves y claros.
Como Abogados, nuestra tarea consiste en subir tres peldaños. El primero consiste en saber qué decir. El segundo, escribirlo con claridad. El tercero, defender y persuadir. Pero no vale subir al tercer peldaño directamente desde el primero. Y casi siempre, el segundo peldaño lo pasamos sin darle importancia.
Escribir claro es un mandamiento de la santa justicia. Leer un texto mal escrito produce el mismo efecto que ver a un Abogado vestido con toga y chanclas. En el ámbito judicial existe un código, como en todas las profesiones. Nuestra imagen la creamos nosotros mismos. El lenguaje que usamos al hablar y al escribir es nuestra seña de identidad más visible.
Ciertamente, en el ámbito jurídico se da una circunstancia que no se da en ninguna otra profesión. Aun viviendo en el siglo XXI, seguimos usando formularios que mantienen expresiones de hace doscientos años. Escribimos párrafos muy largos con la narración de los hechos, y que coronamos con un Suplico que ciertamente chirría. Suplicar significa “pedir de rodillas”. Aunque no se vea la preposición culpable de la sumisión, ahí está; bien escondida y haciendo su función. Las preposiciones son algo más que una lista de palabras que aprendimos de memoria en la escuela. Una preposición mal utilizada nos hace confundir arriba y abajo, delante y detrás, antes y después. Cuando alguien dice que actúa “desde” la sinceridad en lugar de “con” sinceridad, quizás no tenga claro que su actitud sea sincera. Si uno es sincero, no es necesario que lo diga. Y mucho menos, que use una preposición que indica lugar en lugar de modo.
Algo parecido sucede con el suplicar justicia. La sumisión no es condición requerida en el ámbito judicial. Vivimos en un Estado de Derecho. La justicia se pide por Derecho, no por piedad.
Llamemos a cada cosa por su nombre. Un escrito jurídico tiene que ser claro como la luz del día. Si no utilizamos bien los gerundios o apenas usamos comas, y confundimos el orden de las palabras, llegará un momento en que el juez no entienda de qué habla el Abogado. ¿Cómo queremos que se haga justicia, si no cuidamos el relato en el cual se basa?
La gramática no me gusta, bien lo sabemos los que fuimos a la vieja escuela de pizarra y tiza. Pero la verdadera gramática no es la que aprendimos en la escuela: interminables formas verbales, análisis de frases absurdas que no han servido más que para odiar la sintaxis. Sin embargo, la sintaxis es lo que sostiene el lenguaje que nos permite entendernos. Si no escribimos claro, le ponemos difícil la tarea al juez.
Y hablo en calidad de abogada que tuve que explicar a mi cliente una sentencia que recibí hace unos días. Necesité leerla cinco veces para entenderla. Estoy segura de que este juez pertenece al clan de los que odian la gramática. Pero algo tenemos que hacer, entre todos, abogados y jueces. Es obligación nuestra escribir claro, para que no haya duda de lo que se dirime en un pleito. Cuando tenemos que leer dos veces un texto, es porque el texto está mal escrito. La gramática no es lo que aprendimos en aburridos libros con ejemplos absurdos. La gramática es claridad, sencillez, brevedad. Y, sobre todo, equilibrio que reparte a cada cual lo suyo.
Elena Regulez
Abogado especialista en Derecho de Familia y Derecho Penal
18/07/2022